¡Qué insólito pavor se apodera de mis facultades!
Don Giovanni
¿De dónde surgen estos torbellinos de horrendo fuego?
¿Quién me lacera el alma?
¿Quién agita mis entrañas?
¡Qué tortura ay de mí, qué frenesí!
¡Qué infierno qué terror!
En los últimos años de su vida, el prodigio musical Wolfgang Amadeus Mozart decidió iniciar una vida freelance en Viena. Renuncia a trabajar en exclusiva con la corte de Salzburgo para atender obras por encargo y vender aquellas creaciones que realmente complacen su genio. Sin embargo, su economía se merma, vive al día y no logra convertirse en un músico rico a pesar de su inmenso talento.
Es en esta época cuando se casa, forma su propia familia, y compone su ópera Don Giovanni (KV 527), considerada la piedra angular de este género musical. Mozart decide hacer su propia versión de un personaje recurrente en la literatura y el arte. La obra en italiano se estrena en 1787 y le llama dramma giocoso, es decir, mezcla de acción, comedia y drama con “elementos sobrenaturales”, como la definió el propio autor.
Esta ópera demuestra también los intereses personales del músico austriaco, que tal vez se viera identificado con aquel personaje que ostenta su libertad y desafía todas las leyes humanas y divinas. Era también un poco parecido a él: arrogante y libertino, aunque Mozart no fue un asesino, ni un abusador como Don Giovanni. Pensamientos sobre la muerte, en todas sus formas, rondaban su mente de manera constante, y tenía una gran convicción de vivir su presente con alegría.
Era una época de elevada mortalidad, por causas diversas y desconocidas para la ciencia médica. Mozart había perdido a varios de sus hermanos, cuando estos aún eran niños; además, casado con su esposa Constanze Weber había perdido cuatro hijos pequeños. Resentía la muerte de su padre, quien fue su maestro, amigo, y la compañía más sólida para el desarrollo del gran artista que fue. Su madre también murió de una larga y penosa enfermedad.
Por ello, no es extraño que la última escena del Acto II de la ópera termine con la presencia de Don Giovanni en el cementerio, a donde había huido de sus perseguidores, y reviva frente a él la estatua del sepulcro del Comendador, a quien había asesinado momentos antes después de haber abusado de su hija. La muerte representada en aquel personaje busca la venganza, Don Giovanni se burla del muerto y, sin temor alguno, lo invita a un festejo en su palacio.
Ante la incredulidad de los asistentes a la fiesta, la estatua revivida del difunto se presenta, exige el arrepentimiento de Don Giovanni, mientras este se rehúsa a dejar de ser él y renunciar a su hedonismo; entonces es arrastrado por el muerto hacía el infierno. En un gran despliegue teatral, la orquesta acompaña todo este acto en Re Mayor y se recita la moraleja de la ópera: «Tal es el fin de quienes hacen el mal: la muerte del pecador siempre refleja su vida».
Esta historia coincidía con el modo de vivir de su autor que, si tenía alguna ganancia, la despilfarraba en placeres, viajes, vinos, instrumentos nuevos, colegios caros para sus hijos y hasta una mesa de billar, sin dejar opción para los ahorros.
Con grandes deudas encima, Mozart concursa para ser maestro de capilla adjunto en la Catedral de San Esteban. Se da cuenta de que el maestro titular se encuentra muy enfermo y pronto morirá, así que piensa que lo suplirá en poco tiempo. De manera fortuita, y como si de una ópera se tratara, el viejo maestro de capilla se salva y Mozart cae enfermo de gravedad.
Su salud se había deteriorado a causa de una vida de trabajo imparable que comenzó a los cinco años. También padecía reumatismo desde la infancia, esto le causaba infecciones renales que lo confinaban con frecuencia, por lo que llegó a creer que lo envenenaban sus colegas envidiosos. Mozart desafiaba a la muerte como Don Giovanni, y continuaba trabajando sin descanso en otra ópera y diversas piezas musicales.
Se dice que, en el verano de 1791, un desconocido se presentó en la casa de Mozart para encargarle un réquiem, es decir, una composición en Re Menor basada en los actos litúrgicos católicos que se celebran en el funeral de una persona. Esta resultó ser para la esposa fallecida de un conde y músico frustrado, que quería adjudicarse su autoría, y el genio compositor no estaba en posibilidades de rechazar ninguna oferta de trabajo. Sugestionado, asume que aquel Réquiem (K 626) sería para su propio sepelio.
Mozart falleció el 5 de diciembre de 1791, a los 35 años, y la obra quedó inconclusa. Tiempo después, su discípulo Franz Xaver Sússmayr cumplió sus deseos póstumos e hizo que se terminará, con base en sus indicaciones, y la registró a nombre de Mozart. Esta se estrenó en enero 1793.
Fue Wolfgang Amadeus Mozart quien estableció la regla de escribir la música de réquiem en el solemne Re Menor. También afirmaba que, por muy afligida que se encontrara una persona, la música siempre debía ser agradable a sus oídos.
La historia de la muerte de este genio se relaciona con su afición por lo sobrenatural a causa de su profunda espiritualidad, lo cual prevalece en su obra. Se dice que aquellas personas que van a partir lo presienten. Con la gracia de su talento, se expresó abiertamente sobre la muerte a través de su música.
En Del Pueblo Funeral Home sabemos que en la época de Mozart los avances médicos eran precarios y se tenía una cierta intuición de la previsión ante lo inevitable. Su extraordinario legado musical nos hace disfrutar, al tiempo que nos invita a la reflexión. Así, te recordamos que hacemos fáciles los momentos más difíciles.