Hemos aprendido que mientras haya sufrimiento sin fin, también hay compasión sin fin para responder a ese sufrimiento
Frank Ostaseski
En los tiempos que vivimos donde el miedo a la muerte se hace real, estamos ante la incertidumbre de encontrarnos enfermos y perder seres queridos repentinamente. Enfrentamos la tristeza de recibir una urna de cenizas y de no haber practicado un funeral, una ceremonia, una despedida; queda la impotencia de no haber hecho nada y de no entender por lo que hemos pasado.
Sabemos que la mayoría de las religiones ha desarrollado la certeza de la vida después de la muerte, es un consuelo que nos permite aceptar que la existencia humana como toda materia se transforma. Otras filosofías acreditan la presencia del fallecido como una energía presente en nuestro entorno varios días después de su muerte. Los católicos hablan de resurrección del alma, los budistas de su presencia cercana mientras ocurre su reencarnación y en el islam se habla de una justicia divina para todos según sus acciones en vida.
Desde tiempos muy remotos, los pueblos antiguos rendían culto a la muerte, por tratarse de un ciclo vital e impermanente, aquella muerte sería vida otra vez, como la noche se convierte en día. Hace dos siglos se hacían sesiones espiritistas en todo el mundo occidental, personas serías y educadas afirmaban haberse comunicado con sus difuntos. Si todos los sabios de la humanidad han coincidido en esto, tal parece que siempre se puede hacer algo por nuestro ser querido que falleció. Incluso si somos de mente práctica y sabemos que no hay ninguna evidencia científica de la vida después de la muerte, queda solo el duelo, entonces debemos tener en cuenta que es importante gestionar nuestro dolor, como un ejercicio de salud emocional.
El Dalai Lama ha dicho que para tener un corazón compasivo el primer paso consiste en cultivar el sentimiento de empatía o proximidad hacia los demás, así como reconocer la gravedad de su desdicha. Se necesita reflexionar sobre las virtudes que existen en la alegría por el bienestar de las otras personas. La verdadera compasión es la comprensión del profundo dolor que otros sufren y ese entendimiento nos puede traer la tranquilidad y la felicidad que buscamos en la vida y para lograr este propósito debemos trabajar continuamente. La autocompasión, según el budismo, debe ser la primera práctica y nadie merece más amabilidad, compasión y amor que nosotros mismos; si abrimos nuestro corazón será más fácil brindar amor a otros.
Jesús dijo: amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 22:40) Es un principio de empatía total que se legitima como la más elevada de las acciones. Orar, reflexionar y meditar desde nuestras creencias diversas, nos colocan en un punto estable en medio del caos. Cuando esperamos a que la tormenta pase para volver a salir, entendemos mejor lo que ha pasado. También queda un gran enojo, debido a la frustración y el dolor inmenso que provoca la muerte de un ser querido.
En estos días, se han escuchado testimonios de personas que acusan a los ciudadanos, a los hospitales y a los gobiernos de la muerte repentina de un familiar o una amistad por no hacer lo suficiente para salvar su vida. Nadie podrá hacer nada al respecto ni resarcir el daño personal, es algo que nosotros mismos debemos reparar. No es fácil, pero la compasión hacia nosotros, hacia nuestro ser querido fallecido y hacia quienes se ponen en riesgo a sí mismos tratando de salvar vidas en medio de una situación inédita para que nadie estaba preparado, puede ser una herramienta en el camino de la sanación para ese profundo dolor.
Los actos compasivos y autocompasivos son convenientes para el proceso de duelo en general, pero en particular en los casos en los que no se tuvo la oportunidad de despedirse. Se pueden hacer diversas acciones: un funeral pequeño y casero con la urna de cenizas, una fotografía y objetos del ser querido. Expresar los sentimientos que no pudieron decirse en vida, sobre todo, los de amor a esa persona.
El personal médico y enfermeras que han atendido a los moribundos cuentan que esos pacientes se encuentran abrumados por un cúmulo de preocupaciones por resolver antes de morir y se les asiste para que puedan ser liberados de todos sus pesares y puedan morir en paz. Esto es algo que podemos decir verbalmente o a través de una carta a nuestro ser querido aún después de muerto: “ya has cumplido, ya has amado a tus semejantes, no tienes deudas aquí”. Se pueden hacer altares dedicados a esas personas con alimentos, ofrendas de flores, escuchar la música favorita del fallecido, encender velas que iluminen el camino del desconcierto.
Algunas personas deciden pensar en la alegría y el agradecimiento de haber podido compartir la experiencia terrenal con el ser amado que partió, en lugar de enfocarse en el dolor de la pérdida. Otras han hablado de hacer obras benéficas o voluntariados dedicados a ese ser querido. Qué toda la tragedia se convierta en actos de amor y dedicación. Qué esos actos perduren en el tiempo para no olvidar a los que han fallecido, pero nadie ha dicho que sea fácil.
En Del Pueblo Funeral Home, creemos que lo más importante es amar la vida que ahora tenemos, compartir con los seres queridos y practicar lo que nos haga feliz. Hacer lo que verdaderamente nos importe y dedicar una labor de servicio a los otros, para cuando llegue el momento de morir podamos agradecer y bendecir la vida que hemos tenido. Eso requiere una verdadera liberación de resentimientos para conocer verdadera compasión. Te recordamos que hacemos fáciles los momentos más difíciles.